18.11.11

En todo amor 
hay por lo menos dos seres, 
y cada uno de ellos 
es la gran incógnita 
de la ecuación del otro. 
Eso es lo que hace 
que el amor 
parezca un capricho del destino,
ese inquietante y miste­rioso futuro, 
imposible de prever,
 de prevenir o conjurar,
 de apre­surar o detener.
 Amar significa
abrirle la puerta 
a ese destino, 
a la más sublime de las condiciones humanas
 en la que el miedo 
se funde con el gozo
en una aleación indisoluble, 
cuyos elementos ya no pueden separarse. 
Abrirse a ese destino significa
en última ins­tancia, 
dar libertad al ser: 
esa libertad 
que está encarnada en el Otro,
 el compañero en el amor.

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